El Verdadero Dolor Es El Que Se Sufre Sin Testigos (Marco Valerio Marcial)

Allá en lo alto de la torre, donde el reflejo de la luna en el agua no puede atravesar las cortinas, se encontraba ella sentada al borde de su cama con la única compañía de su alma. Suspiraba, cerraba los ojos y se veía a sí misma intentando contener lo inevitable, convencerse de que no debía dejarles caer pues aquello sería el principio del fin; sentía el vacío, no había nada, no tenía nada... y cada vez la presión sobre su pecho era más fuerte.

Resbaló un primer diamante por su rostro, el que abriría el camino a los demás que vendrían después dejando su característico rastro salado. Por primera vez en mucho tiempo no podía contenerlos, no quería, les dejaba que brotaran cediéndole a su piel aquel brillo de piedra preciosa que tantas veces había adquirido en los últimos meses... pero con una gran diferencia frente a esas gemas, pues éstas eran más amargas.

Por más que las derramara, no encontraba consuelo; por más que intentara sobreponerse, seguía faltándole el aliento; por más que tratara de acallarlas no podía, el dolor jamás guarda silencio. En su soledad dejaba ir parte de ella con aquellos brillantes que caían, pero el vacío no se alejaba... seguía perdurando aquel sabor amargo.

Deseaba que muchos momentos de su vida hubieran sido distintos, que nunca hubiera tenido que esconderse tras una máscara para no ser herida, pero sobre todo deseaba que aquellas lágrimas tuvieran su causa en otros, y no en ella, como había sido en gran parte hasta ese momento. Volvía a sentir SU pena, la que callaba, la que mantenía guardada en lo más profundo, de la que intentaba ocultarse pues la convertía en un ser endeble... y por la que derramaba los brillantes más amargos sin que nadie pudiera ser testigo de su debilidad.